El tema de los planes de acción surgió de la frustración de tener ciertas ideas sin que nadie las oyera. La gran putada era tener una solución y no hacer nada por miedo a las consecuencias. A veces puede ser una acción preventiva y otras no. Pero en cualquier caso, estamos convencidas de que el hecho de que el mundo mejore o empeore sólo depende de los habitantes que lo pueblen. Es una plaga y cuando las plagas invaden tu casa lo que haces es llamar al exterminador. La noche que decidimos comenzar a actuar daban Cazafantasmas por la tele. Y comenzamos a bromear, a alimentar las fantasías de un grupo exterminador de "busconas". Porque si una chica diez años más joven que tú está intentando quitarte a tu pareja, ¿a quién vas a llamar?
Obviamente no podíamos comenzar a publicitarnos. Pero sí se corrió la voz en ciertos círculos. La mayoría de las mujeres vemos a los tíos como seres algo torpes, que igual pueden serte fieles que pueden caer en brazos de tu mejor amiga en menos que canta un gallo. Así que la primera en caer fue una tal Mabel, una chica de diecinueve años que estaba en la agenda del móvil del marido de una de las mujeres del grupo. Al principio pensamos que no iba a ser fácil matar con impunidad; pero al cabo del tiempo hasta nos comenzamos a divertir haciendo planes.
Hay una primera fase en la relación entre mujeres, un poco antes de que llegue la competitividad y la desconfianza, en que no parece haber amistad más fuerte en el mundo. En ese lapso de tiempo es cuando nos trabajábamos el contacto con la víctima. Y después siempre es pan comido. Un viaje a la costa, un día en la playa, un día en el bosque… Daba igual. Nadie nos miraba y podía imaginarnos degollando y enterrando a una buscona. En cualquier caso, vayas en la dirección que vayas a las afueras de la ciudad verás tierra removida. Y después de Mabel llegó Laurita, una niña de dieciséis que iba tras su casado profesor de gimnasia. Tras la cual murió Ana, una chica adorable que ya había empezado a salir con cierto director de escuela. Y Vanesa, Claudia, Tania, María, Esther… Todas muertas por encargo de mujeres de cuarenta años, cincuenta, en incluso alguna anciana. Por tan sólo quinientos euros tu pareja podía volver a ser tan sólo tuya, aunque se tratara más de engordar tu orgullo que de amor propiamente dicho.
Al llegar a las cincuenta víctimas, hicimos una celebración. Cincuenta jovencitas en siete años era una cifra muy respetable. No debe ser fácil atar cabos en una investigación cuando las asesinas son tan parecidas a esas mujeres que lloran en la tele cuando se enteran de que su niña ha desaparecido. La deformación profesional además nos ha demostrado cómo funciona todo el sistema de investigación, moda y medios: a más guapa es la desaparecida más tiempo en horario de máxima audiencia tiene; con un video de ella puesto en bucle, mientras los invitados del programa amarillista de turno intentan provocar un drama en directo con los padres protagonistas. Objetivamente no hay demasiadas personas moralmente mejores que nosotras.
Y nuestro plan ahora es matar a P. Hay una serie de chicas jóvenes que viven o trabajan cerca de nuestros hombres; chicas sospechosas, amantes probables. Hace cinco años que vivo con mi novio, al que considero razonablemente fiable. A excepción de que ahora la señorita “P” se ha mudado con sus padres al piso de abajo (aquí, en mi barrio, mi casa, mi vida); demasiado cerca. La mudanza fue hace apenas un mes. Ella ya sabe que vivo aquí, e irremediablemente se fijará en mi novio, le saludará, coincidirán en el ascensor, con ese botón que lo bloquea… Analizándolo fríamente, podría bastar con que ella apretara un día ese botón entre dos pisos. Una relación es así de frágil; así de fácil se puede ir al garete cualquier promesa. He tenido pesadillas con esa imagen del ascensor; con mi novio y esa niñata, con los vecinos abajo con sus bolsas de la compra preguntándose qué coño pasa.