Nadie sabía que una vez estuvo allí y que el lobo feroz despertaba en ella la pasión más incontrolable del reino. Caminaba, dejando atrás el polvo de hadas, adentrándose en su locura…solo quería que el lobo le arrancase el vestido y le desvistiera el corazón.
Por más que buscaba y buscaba el lobo no apareció, estaba ocupado comiéndose a caperucita en algún lugar de la costa… así que la princesa allí se quedo, esperando en un rincón, con las ganas de morder la manzana otra vez.
Mientras tanto, en el palacio de la esquina, Peter Pan cortaba las perdices para ser felices y las echaba a la sartén (sin sal, ni pimienta). En su mundo de perfectas rutinas, solo pensaba en llenar, algún día, la casa del árbol con (siete) enanos.
Se hacía tarde y como la princesa no volvía del bosque, le dejó un plato de recuerdos fríos para cenar. Con eso ya había bastante, que mas podía pedir una princesa para ser feliz? Para que avivar el fuego del amor si ya tenían calefacción a interés variable de por vida? Y así se fue a dormir, sin cuestionarse siquiera porque la princesa tardaba en volver, porque tenía siempre los ojos tristes, o porque le decía que ya nada era como antes.
Y en esta historia (ir)real, todos acaban persiguiendo imposibles: Un príncipe tras una princesa con zapatos. Una princesa que se muere por el lobo feroz. El lobo que sigue su propio cuento y Peter Pan que vive en el país de nunca jamás que se esta volviendo mas nunca que para siempre.
Lo que está claro es que hoy en dia ya no hay sitio para los cuentos de hadas