He aquí otra gran historia a las que ultimamente recurro sólo para actualizar pero que creo que no os van a quitar mucho tiempo y os van a entretener un buen rato!!!! De hecho, si os gustó la anterior con esta seguro que flipais!!!! Ya me contareis!!!!
"La historia de mis abuelos fue la de un chico de 20 años que se enamoró de una mujer de 47. En aquel momento, en el pueblecito donde vivían, eran el Diablo. Ella aún era soltera. Mi bisabuela había tenido novios pero no se había casado y además tenía opiniones propias, hecho que la convertía en la chica que todas las madres querían alejar de sus hijas. Se llamaba Remedios y era considerada la zorra del pueblo, la puta del lugar con mesa reservada junto a la ventana en el infierno.
Mi abuelo de joven no era un tipo especialmente apuesto, no tenía dinero ni era carismático. Mi abuelo no era nadie de quien recordar grandes citas. Según tengo entendido era un hombre de quien podías haber estado acompañado durante largo rato sin haber advertido su presencia. Mi abuelo no era nada, o menos que nada; de no ser por mi abuela, hubiera caído en el olvido. De no ser por ella yo no existiría. Mi abuelo habría muerto solo y aburrido, probablemente suicidado de saber lo poco que importaba a nadie. El caso es que un día de fiestas en el pueblo, mi abuelo de algún modo engatusó a Remedios y desde ese día no volvieron a separarse.
Vivieron humildes y se dice que felices aun con los veintisiete años de diferencia. Y con todo es verdad que el amor no tiene edad, pero la muerte sí. A Remedios le llegó con 82. La causa, desconocida. Mi abuelo tenía 55 años para entonces y jamás buscó otra mujer. Murió a los noventa y siete, cuarenta y dos años después. Otra vida entera en la que lo único que hizo fue recordar. Viudo durante lo que fue una entrega absoluta al alcohol, pasó de ser nadie a ser el borracho del pueblo, de que no le hicieran caso a que la gente evitara hacerle caso.
Buscas la historia de lo acontecido, del pasado, de los muertos, e intentas deducir por qué aún somos tan retrógrados, qué nos empuja a no evolucionar. Y nunca hay respuestas. La verdad es que la vida de la gente suele ser tan absurda que sólo puedes reírte para dejar tu sonrisa congelada. Si me apuras, te diría que no saber es la única respuesta.
Hace un año mi padre empujó a mi madre durante una discusión. Mi madre dio con la cabeza en el suelo y al día siguiente celebramos su funeral. Mi padre nunca había maltratado a mi madre. Dos días más tarde mi padre bajó a las vías del tren sin que nadie lo impidiera y comenzó a caminar hasta que, dentro de un túnel, se topó con el tren de las ocho de frente. Murió, claro, y supe que el maquinista, afectado de problemas cardiacos, sufrió una crisis, debido al susto de ver esa figura caminando de frente hacia su tren.
Mi madre le sacaba quince años a mi padre. Las mujeres de mi familia siempre han sido mayores que los hombres. Mis bisabuelos, que murieron ahogados durante una riada, pues bien, ella tenía dieciocho años más que él. Parece que cuando el amor no tiene edad sí conlleva un castigo.
Si no quieres descubrir que no existen familias normales, no investigues, no preguntes, no ojees álbumes de fotos acompañado de quien sepa qué se esconde detrás de esas instantáneas. Sigue creyendo que lo que hay que saber ya se ve a simple vista. En poco tiempo descubrí cómo también un tío mío a una edad aún relativamente temprana le dio un infarto durante un coito. Se le paralizó el brazo izquierdo y cayó inerte encima de mi tía. Se cuenta que a los dos días mi tía buscó un buen lugar para ahorcarse. Hay vecinas aún hoy día que cuentan que la vieron pasearse con una cuerda y dando los buenos días a quien se le cruzara. Quién o cómo la encontraron muerta son misterios o cosas que prefiero no saber. Con la palabra SUICIDIO me basta.
Me he pasado semanas investigando sobre el árbol genealógico de mi familia. He descubierto que la felicidad no los envolvió muy a menudo.
En tiempo presente, llevo diez días quedando con una chica por la tarde en una cafetería céntrica de la ciudad. Apuro mi café con la cabeza llena de desgracias y gente muerta. Veo llegar a Raquel, la miro mientras entra en la cafetería y se sienta en la silla que hay justo frente a mí. Cuando ella ve los dos álbumes de fotos que tengo delante, empezamos a hablar sobre mi familia. Todos los muertos. Raquel tiene nueve años más que yo, pero la verdad es que eso ya no me impresiona nada. Sus treinta y dos años no pueden competir con mis antepasados. Comienza a ojear los álbumes y yo comienzo a hablarle por encima sobre esos fiambres congelados, esas fotos en blanco y negro de desconocidos. Lo único que ella sabe de mí es que me gusta, y ahora, mientras imagina cómo debía ser Remedios, o mis abuelos, o a mi tío muerto mientras hacia el amor con la persona que amaba… mientras ella decide hasta qué punto miento o digo la verdad, podría ser un buen momento para contarle lo de mis padres. Esas muertes absurdas… Elegir el momento para contar algo así es cómo decidir cuándo vas a besarla, puede no ser fácil. Pero Raquel, interrumpiendo mi ensayo mental de cómo le voy a contar la historia, dice:
- A mí me han contado cosas de mis abuelos, pero no tan fuertes.
Y me dice que hace como un año se llevó un buen susto, que su padre es maquinista y lleva muchos años metido en la cabina de un tren. Me dice que tenía problemas de corazón. Que aún los tiene. Ya sabes, dice. Y mientras me cuenta cómo su padre estuvo apunto de morir por haber matado al mío, decido que no. Ahora no puedo contar nada. La peor verdad es la que te podría convertir en un acosador o un psicópata. O en un fanático de la venganza. Me dice dónde y cómo pasó, y luego me pregunta que por qué me he quedado blanco, que igual no debería habérmelo contado.
Cuando ella deja de hablar, suelto un par de frases hechas y me quedo en silencio, esperando que se disipe el infarto. Luego, para evitar el pasado y aniquilar cualquier posibilidad de que ella abunde en eso, le digo que hace mucho que me apetece besarla, y que no se preocupe, si a ella no le hace sentir incómoda la diferencia de edad, a mí tampoco."