La noche había teñido de negro la atmósfera que envolvía al pueblo de Alestof. Su fina capa de seda oscura se había posado sobre las montañas del monte Kumei y sobre las frescas y limpias aguas del río Tsimanai.
En el pequeño reloj que posaba sobre la mesita de noche en casa de la familia Miari no habían dado aun las cuatro de la madrugada cuando el teléfono sonó. Abi se despertó sobresaltada y de forma impulsiva pasó su brazo derecho por encima del cuerpo de su marido para intentar alcanzar el auricular del teléfono antes de que éste sonase por segunda vez y acabase despertando a todos los miembros de la casa como ya la había despertado a ella. Caleb, el marido de Abi, tenía un sueño muy profundo y hacía falta algo más que una llamada telefónica para despertarlo. “Sí…”. La temblorosa voz de Abi apenas se podía distinguir con bastante claridad en mitad de la noche. Sin embargo, las palabras que llegaban a través del auricular eran claras y concisas. “Buenas noches, Sra. Miari. Soy el agente Cornelio Druilio. Siento mucho el haberla despertado a estas horas pero lo que tengo que decirle lo considero de suma importancia”. El agente Druilio hizo una pequeña pausa al llegar a este punto, esperando quizá alguna señal que le indicase que la Sra. Miari estuviese aun junto al auricular escuchando sus palabras pues sus constantes desmayos eran conocidos en toda la comisaría. “¿Han averiguado algo de mi hija agente? Dígamelo. ¿Saben algo de mi pequeña?”. Caleb acababa de despertarse y en ese momento hubiese dado su vida a cambio de poder hacerse con el auricular y ser él que pudiese hablar con el agente Druilio. Brahim, el hijo del matrimonio, también se había despertado al escuchar sonar el teléfono a esas horas de la madrugada y ahora esperaba con lágrimas en los ojos junto al umbral de la puerta del dormitorio de sus padres para conocer la información que aquella llamada tan repentina traía consigo.
“Sra. Miari. No sólo ya sabemos el nombre del secuestrador de su hija sino que además hemos dado con su paradero y en estos momentos un coche de patrulla se dirige hacia ese lugar. Aun no sabemos en qué circunstancias se encuentra su hija pero le prometo que le mantendremos informada y le daremos toda la información que podamos. Sólo le pido que espere un poco más. Buenas noches Sra. Miari”. Abi dejó de escuchar esa voz clara y concisa que provenía desde el otro lado del auricular pero aun así continuó sujetándolo fuertemente con su mano derecha a la vez que lo iba alejando de su oreja lentamente. Caleb le quitó el objeto de la mano para volver a colocarlo en su lugar. Sabía que en cualquier momento éste podía volver a sonar.
Tras colgar el auricular Caleb abrazó fuertemente a Abi. Sabía que era en esos momentos más que nunca cuando tenían que estar unidos. Abi también lo abrazó y las lágrimas que caían por su mejilla ahora desaparecían en el hombro de su marido mientras eran absorbidas por la tela del pijama que éste llevaba puesto. Brahim traspasó el umbral de la puerta del dormitorio de sus padres y se abalanzó sobre ellos, abrazándolos con fuerza. Tenían que estar unidos, sobre todo en el caso de que las noticias que llegasen sobre su hermana no fueran del todo buenas.
Habían pasado trece meses desde que Betsabé había desaparecido. Brahim se encontraba en el pequeño jardín que había en la parte trasera de la casa jugando con su gata Dilcia cuando unos agentes se presentaron en casa para informar a sus padres de que posiblemente su hija había sido secuestrada. En aquel entonces Brahim tenía doce años pero sólo llevaba viviendo en el pueblo de Alestof cuatro meses y en ese momento no conocía el significado de la mayoría de las palabras que los agentes empleaban para hablar con sus padres pero sabía por las lágrimas de su madre y el temblor de su padre que no eran buenas noticias. Sus padres, al contrario, siempre habían vivido en Alestof y les hubiese gustado tener a sus hijos siempre con ellos pero sus circunstancias económicas no se lo permitieron y al nacer Brahim tuvieron que optar por enviarlo con su tía Astrid para que pudiese tener una buena vida y una buena educación, por lo menos hasta el momento en el que ellos pudiesen hacerse cargo de él. Esa fue la razón por la que Brahim se crió con su tía Astrid en el pueblo de Bulestof, al otro lado del monte Kumei.
Tras abandonar aquel día los agentes la casa de la familia Miari, Brahim corrió a su dormitorio con Dilcia entre sus brazos y cerró como pudo la puerta del mismo. Tras colocar a Dilcia sobre su cama se apresuró a buscar información sobre la palabra que los agentes aquel día no dejaban de mencionar y cuyo significado él no conocía: “secuestro”. Según sus averiguaciones un secuestro era un acto por el que se privaba de libertad de forma ilegal a una persona, por lo general durante un tiempo determinado y con el objetivo de conseguir un rescate.
Ya habían pasado trece meses desde aquel día en el que buscó información sobre la palabra “secuestro” pero en trece meses nunca se había mencionado la palabra “rescate”. El secuestrador nunca había estado interesado en ningún rescate. Al parecer sólo le interesaba su hermana. Y lo consiguió.
Sin dejar pistas ni rastros que pudiesen dar con él. Sin testigos que pudiesen haber ayudado a acelerar el proceso de detención de aquel individuo. Al parecer aquel personaje sabía lo que hacía. Anterior al día del secuestro estuvo siguiendo los movimientos cotidianos de su víctima durante algunos días anteriores al evento, con la finalidad de conocer sus rutas de tránsito para así lograr con mayor éxito su empresa definitiva. Y lo consiguió. Mientras los tres miembros de la familia Miari lloraban abrazados, un coche patrulla se dirigía velozmente hacia Lobrisgei, una pequeña aldea conocida más por sus pantanos que por los bosques misteriosos que la rodeaban.
Tras abandonar aquel día los agentes la casa de la familia Miari, Brahim corrió a su dormitorio con Dilcia entre sus brazos y cerró como pudo la puerta del mismo. Tras colocar a Dilcia sobre su cama se apresuró a buscar información sobre la palabra que los agentes aquel día no dejaban de mencionar y cuyo significado él no conocía: “secuestro”. Según sus averiguaciones un secuestro era un acto por el que se privaba de libertad de forma ilegal a una persona, por lo general durante un tiempo determinado y con el objetivo de conseguir un rescate.
Ya habían pasado trece meses desde aquel día en el que buscó información sobre la palabra “secuestro” pero en trece meses nunca se había mencionado la palabra “rescate”. El secuestrador nunca había estado interesado en ningún rescate. Al parecer sólo le interesaba su hermana. Y lo consiguió.
Sin dejar pistas ni rastros que pudiesen dar con él. Sin testigos que pudiesen haber ayudado a acelerar el proceso de detención de aquel individuo. Al parecer aquel personaje sabía lo que hacía. Anterior al día del secuestro estuvo siguiendo los movimientos cotidianos de su víctima durante algunos días anteriores al evento, con la finalidad de conocer sus rutas de tránsito para así lograr con mayor éxito su empresa definitiva. Y lo consiguió. Mientras los tres miembros de la familia Miari lloraban abrazados, un coche patrulla se dirigía velozmente hacia Lobrisgei, una pequeña aldea conocida más por sus pantanos que por los bosques misteriosos que la rodeaban.
4 comentarios:
aiiii como me gustan tus relatos..y nada de ladrillazos ehhh. un beso wapisima
Pelotas
XDXDXDXDXDXD.....Anda anda, que a tí tb te gustó!!!!!
Y si es un ladrillo..¿por qué me he quedado con ganas de más? :P
¿¿Cuando la continuación??:P.
Publicar un comentario